Septiembre de 2016, Mendoza

Zee News

¿De dónde saco un plato?", pregunto en el hall del hostel. "Ahí está todo", me señalan sin apuntarme la mirada.

"Mirá, mirá, ahí es cuando se fueron. Bueno, con la cámara parece más lejos, pero ¡estaban ahí nomás!".

Mi pregunta había sido un poco obvia porque el plato estaba visible, aunque bueno, uno no está tan lúcido por la mañana y espera cierta actitud servicial.

Pero la respuesta había sido desganada y poco atenciosa por una razón de fuerza mayor: estaban con los ojos en el celular, una de las chicas se acercó el jueves el Hotel Diplomatic, donde se alojó la Selección Argentina, y había capturado el momento en que los jugadores emprendieron viaje hacia el Estadio Malvinas Argentinas.

“Ya está. Se terminó para mí la Selección. Son 4 finales, no es para mí. Lamentablemente lo busqué, era lo que más deseaba. No se me dio, pero creo que ya está.” Las palabras tras la nueva derrota ante Chile en la final de la Copa América Centenario parecían salidas de una pesadilla. El tiempo entre la final y este partido se hizo eterno. Opiniones, incertidumbre, especulaciones por cadena nacional. Insoportable.

En el medio, el papelón de los JJ.OO, la renuncia de Martino, la intervención en AFA, el ridículo desfile de técnicos que terminó con el Patón Bauza, mejor opción disponible tras las negativas de Pochettino y Sampaoli.

"¿Y el Messi?", pregunta la chica del hostel que no pudo ir al Hotel Diplomatic. "¡Sí!, pasó por ahí al lado. Se ve borroso, si. Viste, la emoción hizo que se me mueva toda la cámara".

El Messi está en Mendoza. Cual estrella de rock, platinado, revolucionando una ciudad. Dándole tranquilidad a un país.

Porque para Mendoza, como para muchos otros puntos de Argentina, el artículo se antepone al nombre o apellido. Pero no escuché el Di María, ni el Mascherano, ni el nadie más en mi breve estadía por la Cordillera de Los Andes. Y la única explicación de esto es que solo escuché nombrar a Messi. A "El Messi", como si no hubiese otro.

Y como se movió la cámara, se mueve el estadio con sus intervenciones. Una noche fría, un partido trabado que no contagia, pero que se calienta (solamente) cada vez que el 10 platinado hace contacto con la pelota. Con su gol, con caño, con gambetas incesantes. Porque cuando Argentina se queda con uno menos, se hace cargo del tiempo.

En sus pies descansa el equipo entero. Una gambeta de la Pulga es una bocanada más de aire para seguir corriendo y metiendo. La gente lo entiende y lo alaba cada vez que puede, para que sienta el abrigo, para que nunca más se le cruce por la cabeza la idea de dejarlos.

 

Mendoza reventó la venta de entradas sin saber quién iba a ser el técnico y con la renuncia del mejor de todos en la mesa. Tuvieron su premio. Debut con victoria del Patón Bauza y poder tachar uno de los puntos de su Bucket List: ver jugar a Lionel Messi. A El Messi.

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