Octubre de 2017, La Boca
Como las innovaciones tácticas fallaron (además de casi todo), otra vez surge el realismo mágico. Argentina no puede no jugar un Mundial y cualquier solución es válida, pasando por un café veloz hasta un bidón.
Y si de soluciones mágicas se trata, el best seller de la mitología argentina es La Bombonera. Un templo sagrado donde habita un guerrero fantástico que se adjudica miles de batallas, aunque nunca nadie lo haya visto pisar un campo: el jugador Nº12.
El último bastión que le quedaba por apelar, para la última oportunidad en condición de local, donde es obligatorio ganar si no se quiere llegar a la estación final, allá en la altura de Quito, sin depender solamente del resultado propio.
Como el nuevo nueve ya es viejo, hay lugar para el nuevo nuevo nueve. El de acá, el goleador vernáculo. Ya sin lugar para Dybala en el once inicial, Messi se asocia con Banega y deja en posición de gol a Benedetto, a Papu Gómez, a Rigoni, a Benedetto, a Di María, a Benedetto de nuevo. Pero la desesperación ya es moneda corriente. Los propios intentos del 10, ya decidido colocarse La Bombonera, los 10 compañeros y el país entero en sus espaldas; terminan siempre rebotando en piernas peruanas.
Otro empate de local y el mismo sabor amargo, aunque esta vez con la sensación de que parece definitivo. Con el conocimiento saber que se intentó de todo. Con la certeza de que desde el principio se hizo todo mal. Con la conclusión de que no entrar al Mundial es lo más justo y coherente. Con el temor de que no estar en Rusia 2018 es una catástrofe de niveles incalculables.
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